Fuente: ABC

¿Por qué los mapas de metro parecen circuitos eléctricos?

Harry Beck fue un ingeniero inglés que ha pasado a la Historia por revolucionar la cartografía, al concebir una forma diferente de confeccionar los mapas de metro

Teseo se ayudó del hilo que le proporcionó Ariadna para salir del laberinto en el que mató al minotauro, Hansel y Gretel emplearon miguitas de pan… Para movernos y orientarnos en los metros de las grandes ciudades usamos planos esperánticos con líneas de colores.

Al menos en teoría, un mapa es una herramienta que nos permite conocer la realidad y que cuanto más precisa sea, más sencillo será desplazarnos y encontrar los puntos de referencia.

Sin embargo, los mapas topológicos de metro son esquemáticos, diagramáticos y no se ajustan a la realidad: el centro no es tan grande en relación con los suburbios, los trenes no viajan en línea recta, ni toman únicamente curvas de cuarenta y cinco o noventa grados…

Eso por no hablar de las estaciones, que siempre se encuentran separadas a la misma distancia, cuando en la realidad esto nunca sucede.

Cuando menos es más...

El metro de la Ciudad de Londres se inauguró en 1863 pero no fue hasta 1906 cuando, tras unificar las diferentes líneas en una única empresa –Underground-, surgió la necesidad de crear un mapa oficial.

Inicialmente el mapa fue geográfico, mostraba las calles, la geografía de la ciudad y las distancias relativas entre cada una de las estaciones. Todo cambió en 1931, cuando un ingeniero inglés –Harry Beck (1902-1974)- comenzó a trabajar en una nueva cartografía para el metro londinense.

Tardó dos años en implementarse y cuando lo hizo resultaba antipática a los ingleses, era demasiado “radical”, ya que tan sólo había líneas rectas o en ángulos de cuarenta y cinco grados, un número limitado de símbolos y una única referencia real, el río Támesis.

El mapa de Beck copiaba la idea de los diagramas de circuitos eléctricos y utilizaba como distancia de medida las estaciones, no las unidades imperiales. La filosofía del proyecto era sencilla: debía resultar útil a los usuarios y que de un simple vistazo conociesen las estaciones y el modo de llegar entre el punto A y el punto B.

La empresa de transportes fue prudente en su primer lanzamiento, únicamente se imprimieron quinientas copias del nuevo mapa, cifra que se elevaría hasta las setecientas mil un año después. Al final, el nuevo modelo cartográfico se acabó imponiendo.

Es posible que una de las claves del éxito fuera su carácter psicológico, ya que las estaciones más lejanas parecían más próximas al centro de lo que en realidad eran.

En 1940 la compañía pidió a Beck algunas innovaciones, entre ellas incorporar ángulos de sesenta grados, lo cual se desechó porque empañaba la claridad del plano, que en el fondo era lo que buscaba el usuario.

Actualmente la tipología de Beck es la más repetida a nivel mundial. Por cierto, qué nadie piense que nuestro protagonista se enriqueció por su primicia cartográfica, recibió tan sólo diez libras de la época, unos ochocientos euros actuales.

¿Y en España?

A priori puede parecer sencillo realizar un mapa topológico, sin embargo, no lo es. Se cuenta que en la elaboración del último plano del metro moscovita los diseñadores gráficos necesitaron cuatro años de arduo trabajo.

En nuestro país el cambio llegó con retraso… El metro de Madrid abrió sus puertas en 1919 con una única línea –la número uno- que contaba con ocho estaciones y casi cuatro kilómetros. Aquellas primeras unidades realizaban el recorrido entre las estaciones de Sol y Cuatro Caminos.

Al igual que sucedió con el metro londinense, el primer mapa de nuestro metro fue geográfico y no apareció el topológico en la capital española hasta 1982. En esto se adelantó Barcelona, que adoptó el plano esquemático dos años antes.


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